Eran los torneos de
verano, tradicionalmente, competiciones sin compromiso que servían para ver a
los nuevos fichajes, para comprobar cómo les quedaba el uniforme y para
descubrir los cambios introducidos en la nueva camiseta, cada año más fea que el
anterior. Si los rivales eran sudamericanos se aceptaba con agrado la trifulca y
el puñetazo amistoso. Todo era una fiesta. Bien, pues esos cuadros entrañables
pertenecen a la historia: hoy el Valencia y el Madrid disputan el Trofeo Naranja.
Todo empezó cuando
alguien en el Valencia (un opositor, se supone) propuso al Madrid como rival y
no al Nacional de Tegucigalpa, como hubiera indicado la lógica, más aún con la
que está cayendo. Alguna jerarquía superior aceptó la sugerencia bajo el sólido
argumento de pá-chulo-yo y el Madrid, viendo llegar padrinos y pistolas, no tuvo
más remedio que apuntarse.
De manera que lo
que pudo ser el Trofeo Mirinda se ha convertido en un partido terrorífico. Vean
si no. Mestalla se encontrará hoy, frente a frente, con lo que más odia: el
Madrid, Ortí y Ayala. Sea cual sea el resultado final, habrá un fiambre.
Y esto sin hablar
de lo deportivo, porque en el campo, también hay miga. Benítez intentará
demostrar que hay equipo aunque los fichajes no hayan sido de relumbrón. O cabe
la posibilidad de que intente demostrar todo lo contrario, pues ninguna de la
contrataciones ha sido aprobada por él, a excepción, tal vez, del exquisito
Jorge López (Aimar en alto).
El Madrid
también tiene lo suyo. La ausencia de Makelele plantea un maravilloso dilema
táctico porque cualquiera de las alternativas que se presentan resulta más
excitante, aunque más arriesgada, eso sí: por primera vez los galácticos
jugarán sin mayordomo. Cambiasso tiene más fútbol, Guti lo tiene
absolutamente todo y Helguera en el centro del campo es un viejo sueño para
quienes consideran (yo) que su talento se malgasta en la retaguardia, aunque
a él le resulte más cómodo: hace menos y se le valora más.
Luego está el
debut en España de Beckham, movidito, pues se estrenará en un encierro. Será
su primera evaluación, pero también el primer examen de Queiroz, cuyo
poético hedonismo se estrellará con Ayala y Albelda, fuego real. Es verano y
será un torneo, pero esto no es un torneo de verano.