Me cuentan que Ronaldo tiene
preparada una buena para mañana, día de su cumpleaños. Estrenará casa y quiere
hacerlo a lo grande, rodeado de amigos y celebrando que nunca ha sido tan feliz.
Hace un año aún no había debutado, se cuestionaba su peso y la fragilidad de sus
rodillas. Incluso en la plantilla revoloteaba el falso corporativismo con
Morientes. Todo eran dificultades. El mejor delantero del mundo ha superado los
recelos a base de zapatazos que acabaron en gol. Valdano, que suele atinar en
las descripciones, habla con admiración de una especie de efecto estampida cada
vez que arranca.
El último partido en el Bernabéu
conté más de veinte desmarques que no vieron o no se atrevieron a ver los Zidane,
Beckham y Guti. En todos ellos se hubiera plantado solito ante el guardameta.
Jamás conocí un delantero que precise de un fútbol tan directo, que castigue
tanto sus piernas en explosiones cortas, intermitentes pero intensas. Y hay muy
pocos en el mundo que definan como él, que utilicen con la misma contundencia
ambas piernas. Ronaldo, como Romario, necesita ser feliz para rendir. Necesita
bailar sin descanso, fuera y dentro del campo. Hoy y mañana tiene trabajo.
Santos J.J., as.com