Maga, he quedado con Ronaldo. ¿Te
vienes?”. Ribot me hizo una propuesta irrechazable. El Bernabéu, a pie de césped,
el museo con los trofeos... y el gran Ronie. ¿Cómo decir que no? Allí me fui.
Puerta 47, con un cuarto de hora de adelanto y expectante por tratar de cerca al
brasileño.
Entro al campo como los futbolistas
(perfil aparte) y me encuentro a la estrella esperando en el banquillo. ¿Qué
hace ahí? A su lado está Cacá, su amigo del Albacete. Presentación y primer
detalle. La estrella te saluda por tu nombre: “¿Hola Fernando, qué tal?”. Punto
para Ronie. El banquillo no le pega, y hay que empezar cuanto antes. La portería,
su rincón preferido, espera. Coge el balón que ha traído Herrerín y se
transforma, hasta bromea. De cabeza, con el pie, controles y besos a la pelota.
Perdona, Ronie, no puedo atenderte. Estoy admirando el Bernabéu vacío. Oye, que
el larguero no está tan alto... Y qué cerca se ve el punto de penalti de la
portería, ¿no?... Cosas del primerizo.
Empiezan las fotos. Ronaldo se
recuesta sobre la red, coge las camisetas, posa con paciencia y sonríe sin mucho
esfuerzo. Eso vale oro. Hace frío pero no se queja. Es cercano, firma autógrafos.
Segundo detalle: ¡no se ha puesto calcetines! ¿Seguro que es brasileño? Lo
descubro en el museo, cuando se sienta con la Liga. Cacá alucina viendo los
trofeos y habla con su amigo en un brasileño indescifrable. Ronaldo se para ante
la foto de la Quinta y pregunta: “¿Quién es el del bigote?”. “Martín Vázquez”,
le explica Manuel Redondo. Esto se acaba. Una hora con Ronie. “Eso es un lujo”,
dice Ribot. Antes del final, un vistazo a la zona Champions. Ronie, como todos,
se rinde a la volea de Zidane: “Qué bueno es. Le pega de una manera dificilísima.
Es un fenómeno”. Último detalle: la estrella es humilde.