Aveces uno piensa que los
entrenadores no conocen a sus jugadores. O, algo también muy perjudicial, sufren
serios ataques de importancia, enredando lo que es fácil. Ayer le sucedió a
Rijkaard. No hay explicación posible al dibujo del once inicial. Temeroso,
aguado, simplón y tristón. Probablemente tuvo pánico al Madrid y se arrugó en la
pizarra. Pensó más en bloquear a los Galácticos que en confiar en sus hombres,
cometiendo un gravísimo error de concepto. A Queiroz y sus muchachos les vino de
maravilla el regalito táctico, porque se movieron hasta el descanso como si
aquello fuera el Bernabéu, con golito de Roberto Carlos incluido.
El Real Madrid bajó el régimen de
esfuerzo al sentir tan escasa resistencia. Y ahí se equivocó. A Zidane se le fue
la presión, como a Helguera y a Raúl. Les contagió una especie de peligroso aire
de superioridad al verse con el balón, con el mando y con el marcador a favor.
No hay otra explicación para entender los apuros finales para salvar un
resultado realmente corto ante la diferencia de capacidad entre uno y otro
equipo. Falló en el conjunto blanco la tensión colectiva, aunque para compensar
siempre tiene jugadores resolutivos y enteros, como fueron de manera estelar
Casillas, Beckham y Roberto Calos.
Queiroz no necesitó tragar saliva
amarga para sacar adelante el partido. Apenas dio un retoque, inteligente por
otra parte, cuando metió a Solari para apoyar a Roberto Carlos en la lucha con
Quaresma y Reiziger. Zidane no pudo con ese toro. Todo esto llevó su buen cauce
para el Madrid, no obstante, porque Casillas fue un gigante. Eso sí.
AS