No hay peor cosa que traicionar la
esencia del fútbol. Tardaremos tiempo en olvidar la afrenta del entrenador del
Barça. Es cierto que cobarde que huye sirve para la siguiente batalla, pero
Rijkaard tardará años en quitarse el estigma de su cobardía. Le dio un ataque de
pánico y dejó solo en ataque a Kluivert. ¿Consecuencia? Regaló el control del
partido al Madrid, se cargó la euforia de la grada y alentó el pesimismo en el
espíritu de sus jugadores. Intuíamos que era un poco pardillo para dirigir un
equipo tan grande, pero no adivinábamos que renunciara al fútbol de ataque que
siempre se vio en el Camp Nou. Eso no se perdona.
Cuando quiso rectificar era tarde.
En el descanso no puedes pretender que tus jugadores pasen de jugar a defender y
apelotonarse en el centro a buscar las bandas y atacar de manera furibunda. El
chip no se cambia así como así. Un par de paradas de Casillas y otros dos cruces
providenciales de Bravo, servían para demostrar que el partido pudo estar más
igualado. Es más, su torpeza hizo que Saviola, el único que mete goles en el
Barça, chupara banquillo setenta y cinco minutos. Cuando salió, el encuentro
estaba medio muerto. Veremos con qué cara puede reprochar en el futuro a sus
jugadores que se arruguen.
AS