Les sitúo: el Olímpico de Múnich es
un súper estadio construido hacia abajo y por ello sin anfiteatros en la
estructura de la grada, con una gigante pista de atletismo, una cubierta de
metacrilato impresionante, un césped imperial y una atmósfera generalmente
húmeda donde se masca ambiente de fútbol. Dispone de un vídeo marcador gigante
Trinitron con un volumen espantoso donde repiten y repiten las glorias del
Bayern, calentando al público antes del partido, ofreciendo goles en alta
definición y retransmitiendo las ruedas de prensa posteriores para que nadie se
vaya sin saber qué ocurre en el túnel de vestuarios. Cien kioskos de salchichas
abastecen a un público chillón, que se ahoga en cerveza antes de acceder al
templo.
Aquí es donde uno ha visto ‘cascar’
al Madrid un montón de veces. Incluso aquel día de Carnaval (coincidencia) en el
que Anelka puso al Madrid en la final de París peinando un gol alucinante. Aquí
es donde al Madrid le tiemblan las piernas, donde siempre pareció un equipo
modesto, acongojado. No sé qué tiene el Olímpico y no sé qué tiene el Bayern que
convierte su casa en un santuario satánico en la historia europea blanca. Por
eso dedico las últimas líneas a una apuesta arriesgada: Ronaldo y los Galácticos
van a cambiar el rumbo de la leyenda de Múnich. Porque van con furia y con arte.
Con autoridad. A los bávaros se les van a atragantar las salchichas y la
Trinitron.
AS