De enemigo público número uno del
madridismo a amigo de los niños, los árboles y las ballenas. Una bomba
inteligente de Roberto Carlos con respuesta negligente de Oliver Kahn, a lo
Arconada en la Eurocopa 84. Así encontró el Madrid su gol de cada día en un
Olímpico muniqués al que le cuesta identificarse con su equipo.
Y es que sólo hay dos alemanes (Kahn
y Ballack) entre dos franceses, un ghanés, un croata, un argentino, un inglés,
un brasileño, un holandés y un peruano. Tal fue la representación del Bayern de
salida ante el Madrid. Este fútbol sin fronteras no es el que ha acompañado
históricamente al Bayern. Y, aunque fue mejor rival de lo esperado, no dio tanto
miedo. El colmo fue la decadencia de Kahn, que está ya como Seaman. Para mantita
en la grada y relatos de abuelo.
No obstante, Múnich sigue siendo
para el Madrid una especie de Stalag (denominación germana para campo de
prisioneros de guerra). Se siente capturado. Sin una gran evasión. Que queda
pendiente para la historia. Aún no ha conseguido ganar. Es su última utopía,
tras derrotar al molino de viento liguero del Camp Nou.
El partido fue intenso. Muy de
Champions. A rachas, este Bayern asustó, aunque el Madrid respondió con estilo y
sufrió un acoso, en ocasiones violento, de un rival que en ausencia de la
calidad del púgil oponente tiró de cuchillo entre los dientes.
El Madrid lo pasó mal al final de
la primera parte y mediada la segunda parte. El gol de Makaay se veía venir.
Estaban los galácticos embotellados, cediendo saques de esquina y calibrando sus
guantes Casillas. Imperial Iker como Helguera, un Káiser en la casa de
Beckenbauer. El 1-1 exige al Bayern una proeza donde nadie ha ganado aún esta
temporada: en el Santiago Bernabéu.
AS