Se fue del Barça porque Núñez, el
inesperado aliado ideológico del Real Madrid de Florentino Pérez, fue tan
soberbio que obligó al chico a hacer las maletas junto a sus agentes y emigrar
al frío de Milán para echarse en los brazos de Moratti y el Inter. Cinco años
después escapó de allí hastiado de los correajes tácticos de Héctor Cúper. Llegó
a Madrid y al Madrid. La ciudad y el club perfectos para un brasileño
vocacionalmente feliz que descodifica la vida y el fútbol con el mismo idioma:
el del disfrute. Primero Del Bosque, y ahora Carlos Queiroz, le han concedido en
el campo la libertad incondicional que necesitaba para recuperar el discurso que
le ha otorgado la celebridad: el gol. Florentino también ha sabido llevarle como
un padre y, como tal, le ha dado el premio que merecía el crack en forma de
renovación. No se queja, no raja en la prensa, fomenta el buen rollo en el
vestuario, mete goles... ¿Qué más se le puede pedir a un jugador?
Ronie lleva una temporada académica,
ha centrado su vida privada y ya cuenta con el calor de ese Santigo Bernabéu al
que le da un ataque de pánico cada vez que cae lesionado. Por eso considero que
su prologación contractual ha sido más el reconocimiento institucional a la
‘profesionalidad inteligente’ que ha inventado el mago brasileño. Sus goles le
avalan y el Bernabéu le ha declarado amor eterno. Hoy le aclamará y seguro que
R9 meterá dos chicharritos a Pinto para festejar su continuidad con el pueblo.
Ronaldo, nunca te arrepentirás de colgar aquí las botas. Tu renovación es como
meter un gol desde 50 metros. Maravilhoso.
AS