25/03/2004
4-2: El Madrid asoma la cabeza en semifinales

Era el Madrid de la Champions (jugó a un buen nivel), el Figo de siempre (espléndido)... y la idéntica suerte (toda mala) del último mes. Por eso se marchó el Mónaco con ventaja al descanso. No jugó mejor ni tuvo más ocasiones, pero rebañó toda la fortuna que se le negó a los madridistas. Un dato: se temía la “cabeza” de Morientes (luego confirmada), pero fue el Madrid el que remató hasta en seis ocasiones con la testa dentro del área, la más clara de Ronaldo, que increíblemente se marchó lamiendo el palo. Pero el balón no quiso entrar.

Al Mónaco sí. Tras dos tiros lejanos, fabricados a la contra y bien atajados por Casillas, llegó el gol de Squillaci, más inspirado en el área ajena que en la propia. El Madrid había dominado por completo, Zidane había enviado un disparo al palo, pero el Mónaco se marchaba al vestuario con un resultado inmejorable para lo que había jugado. La mala suerte madridista se reflejó en Raúl Bravo, que tuvo que abandonar el campo lesionado, cuando mejor estaba actuando. Mejía, que hasta entonces había frenado a su "ídolo" Morientes, ocupó su lugar en la banda izquierda, para medirse ante Giuly, el mejor de los visitantes. Difícil papeleta, que el canterano solventó con valentía, cerrando un encuentro sensacional.

El vendaval
La segunda mitad comenzó igual que terminó la primera, con un remate de cabeza, esta vez de Raúl, despejado con apuros por Roma a córner. Suspiros en la grada. Pero la suerte tenía que cambiar. Y lo hizo en la siguiente acción. Helguera (de cabeza, claro), ponía las tablas en el casillero. El Bernabéu despertaba, y el ambiente volvía a ser el de las clásicas noches europeas.

El Madrid metía al Mónaco en su área, ya sin disimulo. Ronaldo y Beckham acariciaron un gol que ya no había suerte que evitara. La superioridad madridista se medía en la posesión, en la presión, en la mirada. El gol llegó a pies de Zidane, que resolvió una acción de Figo que ya merecía el gol. El portugués encontraría su premio minutos más tarde, en pleno vendaval madridista, tras errar un penalti y meter la cabeza (cómo si no) ante el rechace de Roma.