Ya habíamos hablado (creo) de la capacidad del
Madrid para plantear los partidos como una película de Hollywood: formidables
actores que lucen hasta en los títulos de crédito, argumento con cierta dosis de
emoción que nos llega a situar al protagonista en ciertos apuros (nunca de dar
mucho susto) y desenlace heroico en el que todos fi nalizan sonrientes, besos y
abrazos. Porque en el fútbol no hay chica, que si no la sacarían en volandas,
todo el estadio aplaudiendo. Ayer se repitió ese guión y no parecía tan claro al
principio, al menos en los primeros seis minutos.Digo seis minutos porque fue
entonces cuando Solari marcó el primero, gran pase, muy de capitán de la armada,
y el argentino que controla, levanta la cabeza y la clava cruzadita y al palo.
Gran gol, aunque no lo parezca tanto. La clave está en esa elevación de cabeza
para otear el horizonte cuando lo más fácil es morirse de miedo, para una que me
llega, para un gol que puedo meter, el defensa me va a partir las piernas, como
venga con el bisturí y qué portero más grande. Cosas así diferencian a un mortal
(uno de nosotros) de un buen futbolista. El encuentro parecía fácil si fácil
puede ser enfrentarse al Sevilla, correoso y duro, y todo eso en exceso.
Dice mi amigo Ahmed, madridista de Tánger, que “todo si es mucho es malo”,
una explicación que igual le vale para razonar la política de su país que para
la compra de chilabas u otras fruslerías. Tiendo a pensar que cuando Caparrós
pide alma y coraje, valores muy sevillistas, se le entiende mal y salen
trompicones y leña, un modo de jugar que da muy poco y reduce el talento de un
equipo que podría hacer más.
Es por eso que el partido se trabó, se convirtió en una conquista palmo a
palmo en la que el único que conquistaba era el Madrid, porque el Sevilla era
muy poco conversador y demasiado conservador, concentrado sólo en la guerra y
sin un plan de fuga, solos por completo Baptista y Darío. Si el partido tenía un
protagonista en esos minutos era Beckham, quizá motivado por lo que parecía un
entorno muy inglés, lluvia, frío, adversario peleón y pocas exquisiteces que
distrajeran. Es posible que también hubiera comido brécol por la mañana, que los
ingleses son muy suyos. El caso es que si suya fue la primera asistencia también
lo fue la segunda. Un centro como aquellos que nos repetían las televisiones de
todo el mundo antes de fi char por el Madrid: balón colgado, tampoco mucho, y
pelota templadita que está para comérsela. Y si vendría apetitosa que Ronaldo la
devoró... ¡de cabeza! Lo que oyen (o leen). Fue un cabezazo con cierto garbo,
picadita al suelo, imposible. Una confi rmación de las ganas que se le ven a
Ronie desde que volvió tras la lesión. Jamás se sabe si es que está feliz,
enamorado o que está leyendo un tebeo que le encanta.
Como ya hemos visto muchas veces la películas de Hollywood sabemos lo que
ocurre en estos casos, que el policía se confía y le tienden una trampa, que
suele ser en un párking, una fábrica abandonada o lugares así de acogedores. Y
sucedió. El equipo comenzó a sestear, a ponerse a pensar, cada uno en lo suyo. Y
el caso es que después del descanso el Sevilla apretó. Le ayudó, todo hay que
comentarlo, la sustitución de Alfaro y Darío Silva, reemplazados por Carlitos y
Óscar. Alfaro, que es de natural desafiante, no consiguió sobreponerse a la foto
con el bisturí entre los dientes, imagen que el Bernabéu le recordó con
constantes pitadas.
Los sevillistas se estiraron y en cuanto colgaron un par de balones sembraron
el pánico en el área de Casillas, que hasta el momento, y es novedad, no había
obrado milagro alguno. En una de esas jugadas Carlitos (que es chiquitín) remató
de cabeza, al tiempo que Solari hacía penalti a Marañón. Baptista marcó y ya
tuvimos la dosis de emoción imprescindible para que el héroe sude un poco y se
nos ponga en camiseta para que se le marquen los bíceps.
Fue un apurillo, pero tampoco demasiado, esto no es Hitchcock. El Madrid
volvió a apretar y acabó por desquilibrar ese mini equilibrio con un fantástico
pase de Guti. La ejecución de Zidane no lo fue menos. No sólo es que levantara
la cabeza, es que no la bajó en ningún momento, lo que nos coloca ya ante un
genio de dimensiones siderales.
No existió más el Sevilla. No hubo rastro de Alves y ocurrió algo similar con
Baptista, talento que necesita de una confi rmación que tarda en llegar, quizá
sea eso que hablamos de las miserias de un equipo, de su insistencia en ellas.
El Madrid empezó a gustarse, pero mucho, todos involucrados, incluido Ronaldo.
Se volvió a oír ese rugido cada vez que el brasileño tocaba el balón. Y esta vez
era con todo el sentido del mundo, porque ayer Ronie no se trastabillaba, sino
que siempre salía indemne, imperial, como era antes.
En una de sus internadas, cedió el balón a la derecha y Esteban evitó el gol
de Zidane con una palomita, lo que más le gusta. En la siguiente ocasión que
controló la pelota, se internó, burló las tarascadas y a los tarascadores y
chutó con potencia, otra vez Esteban, pero el balón que se va largo y aparece
por allí Salgado para marcar. Había para todos, como pueden observar, incluso
para esos actores secundarios que en otras circunstancias son sacrifi cados,
tipos que se pasan la película viendo la foto de la familia y sabes que la
primera bomba es para ellos. Volvió a ser Ronaldo quien interviniera en el
último gol, conseguido en circunstancias no menos increíbles. Presionó a Redondo,
que no se sabe si por torpeza propia o por el asombro de ver a Ronaldo en tal
actitud perdió la pelota. El brasileño encaró solo a Esteban, lo hizo con
parsimonia, se plantó frente al portero y estuvo varios segundos (parecieron
horas) pensando qué hacerle. Al final se la metió (la pelota) por el lugar más
sencillo, rasita y al palo, aunque nunca sabremos las maravillas que se le
debieron pasar por la cabeza. No hubo mucho más. El Madrid en versión fantástica
sin despeinarse mucho la melena y descansando cuando puede hacerlo. Un equipo
fabuloso que cuando piensas que lo tienen atrapado los sabuesos, te dice que le
eches un galgo.