La revolución de Camacho
consistió, a grandes rasgos, en no alinear a ningún futbolista con el
pelo teñido o permanentado, dicho esto en el sentido real y en el
alegórico. El entrenador apostó por un híbrido en el que intentó
combinar orden y talento y que una vez probado sabía algo a orden y muy
poco a talento. Por eso venció con justicia el Espanyol, porque en esas
condiciones de partido cavernario es un equipo más experimentado, capaz
de combinar disciplina y genio y capaz de que la mezcla funcione.
En el resultado influyó, sin duda, la dinámica de negatividad en la que
ha caído el Real Madrid, algo que trasciende a lo deportivo y por
momentos roza la tragicomedia. A Iker Casillas se le salió un dedo en el
calentamiento, César detuvo dos penaltis y no impidió la derrota, es más,
acabó lesionado; Samuel y Salgado fueron expulsados. No es posible
acumular más desgracias. Y el peligro es que en lugar de servir de
acicate, los obstáculos parecen cada vez más grandes y conducen más a la
resignación que a la rebelión: Camachó dejó de gritar en el segundo
tiempo.
El Madrid alineó a Celades y Helguera en el doble pivote, Juanfran por
la derecha, Solari por la izquierda y la pareja Owen-Ronaldo en el
ataque. Ese esquema aportó equilibrio, pues cubría una banda que suele
ser terreno desmilitarizado, la zurda. También hizo que las líneas
estuvieran más juntas, lo que protege a los defensas. Sin embargo, dejó
al equipo sin sorpresa, lo convirtió en una medianía. Y no es que
Celades la toque mal, que no, que es muy aseado, o que Solari no se
entregue, que lo hace pese a ser un reclamo para las patadas ajenas. Es
simplemente que ellos no tienen facilidad para deshacer los nudos que
plantea un partido. Tampoco Juanfran, al que los encuentros de mayores
aún le vienen grandes, se confirmó.
Y de esa manera, si el balón no llega con frecuencia a los delanteros,
que no llega, o estos están ausentes, como ocurrió ayer, no parece el
Real Madrid quien juega, sino el Real Fulano de Tal. De eso se aprovechó
el Espanyol, que es un equipo en crecimiento, que gana confianza cada
día que pasa y cada día que gana.
Así, con esa pelea, se consumía la primera parte hasta que el línea se
inventó un penalti por agarrón de Samuel a Pochettino, se presume, igual
pudo ver a hombrecillos verdes bajarse de una nave espacial. No fue más
que un barullo en el que Pochettino tuvo el único mérito de caer con
estruendo. Pero el asistente picó y le creyó el colegiado, que lucía una
extraña palidez para quien se supone que debería hacer alguna vida al
aire libre, qué sé yo, footing o paseos por el monte, o con Sultán.
Y comenzó la comedia: Tamudo tiró el penalti y lo paró César. Pero como
Roberto Carlos invadió clamorosamente el área el árbitro ordenó repetir
el lanzamiento. Volvió a chutar el delantero y volvió a parar César,
acertadísimo. Era el partido de su vida si no fuera porque ya estaba
lesionado: en una acción anterior le había caído sobre la rodilla el
propio Tamudo. Terrible destino el del portero que cada vez que vuela se
nos cuela por un abismo.
Al final de la primera parte, Dani se internó por la banda derecha y
como Roberto Carlos estaba en su mundo de luz y de color, Samuel salió a
tapar al enemigo. Dani centró, Tamudo cabeceó en plancha y el rechace de
César lo empujó Maxi al fondo de la red. Mal Roberto y mal Samuel, quien
de momento es más muro de las lamentaciones que tapia inabordable. Su
actuación en Montjuïc se limitó a repartir leña con mayor o menor
disimulo hasta que le echaron a la calle por doble amonestación, eso sí,
él indignadísimo.
Sin grandes alardes, el Espanyol había hecho más para ir por delante
porque el Espanyol se movía por un terreno conocido, de puñetazo y paso
atrás, mientras que el Madrid carece de futbolistas para materializar el
plan de Camacho, si es que su plan es alma, corazón y vida, antes
muertos que humillados. Para eso le falta equipo.
Nada más comenzar la segunda mitad, el árbitro, abatido por su
conciencia, señaló un penalti de Ibarra a Ronaldo que tampoco dio la
impresión de serlo. El brasileño disparó y paró el camerunés Kameni. La
comedia continuaba, el colegiado en paz consigo mismo.
Pero el Madrid ya no lucía ni siquiera las virtudes del prinpicio. La
entrada de Guti por Pavón (Helguera atrás) dio algo de alegría, pero el
resto del equipo se desmoronó. Entonces De la Peña se apoderó por
completo del partido, sin nadie que le importunara y sin nadie que lo
intentara, mucho campo por delante, como a él le gusta.
En esos instantes y en los que siguieron el Espanyol perdonó medio
docena de ocasiones claras, casi todas generadas por De la Peña, que
circulaba como si estuviera en el recreo, bien secundado por Maxi, no
tanto por Serrano. El Madrid sólo opuso a ese peligro un tiro fuerte de
Guti que atajó Kameni, un portero ayer intachable pero que inspira,
quizá por cómo le sienta el uniforme (de mal), una ligera inseguridad.
Camacho, desesperado, sin más argumentos que restablecer el orden
establecido (que según él lo ve es el caos imperante), dio entrada a
Beckham por Juanfran y a Morientes por Owen. Este último estuvo tan
inoperante como el Raúl de sus peores tiempos. Ronaldo también se
aproximó a esos infiernos.
Rendidos. Perdía el Madrid por 1-0 pero es como si fuera perdiendo por
tres o cuatro goles, por su falta de intensidad, de ansia, incapaces de
encerrar al Espanyol en su área, de meterle el miedo con un par de
balones bombeados, no hubo ni eso. Entre esa tristeza llegó la expusión
de Samuel y luego la de Salgado, quizá rigurosa, pues fue por soltar un
codito (que no un codazo) al mentón de De la Peña, que forcejeaba con él.
Pese a todo, no debería utilizar el Madrid al árbitro como excusa. Un
buen equipo hubiera convertido en insignificantes esas anécdotas o no
hubiera dado pie.
El Espanyol se acostó como líder de Primera y lo merece, pues su triunfo
es el éxito de la sensatez y eso es precisamente lo que representa
Lotina, que ha diseñado un equipo en consonacia con lo que pretende. Lo
del Madrid es como la caída del Imperio Romano, tan grande que no pudo
resistirlo más.
El duro
Samuel:
Tenía una amarilla por protestar pero siguió entrando fuerte y en una de
esas acciones vio la segunda y fue expulsado.
¡Vaya día!
Roberto Carlos:
Un desastre en lo táctico. Complicóla vida al resto de la zaga y por dos
veces invadió el área en el lanzamiento del penalti.
El crack
Maxi:
Atraviesa un momento dulce. Logró el gol de la victoria del Espanyol y
estuvo a punto de marcar en dos ocasiones más.
El dandy
De la Peña:
Trabajó en defensa y exhibió su repertorio de pases, pero faltó el
acierto de Tamudo para que el Espanyol los aprovechara |