En estos casos se
suele hablar de gol psicológico, como si hubiera tantos que no sólo suben al
marcador sino que también se te suben a la cabeza, porque no se correspondieron
con los méritos expuestos o porque no dejaron lugar a la reacción, goles que no
sólo indican para quien los recibe un resultado, sino que dictan una sentencia:
hoy no será. De ahí los lamentos del Madrid al final del partido, como si no
hubiera vencido el Depor, sino el destino, imposible luchar contra eso. Y de ahí
el alivio deportivista, esa exaltación de palabras como orden y sacrificio que
en situaciones así son agradecimientos a la suerte, hoy sí será.
El partido comenzó con un clarísimo penalti de Andrade a Raúl, tan claro que
hasta debió ser ruidoso, pues el defensa soltó la pierna en cuanto se vio
superado y su tibia chocó con la del delantero, que cayó sinceramente
trastabillado, sin hacer el salto del ángel. Como hay árbitros a los que aterra
tomar decisiones drásticas en los primeros minutos (y en los últimos), la acción
no fue sancionada. Es de suponer que el señor juez esperaba que, por lo
tempranero, esa jugada se acabara traspapelando o confundiendo con otro penalti
a Zidane. Pues no, mala suerte, fue definitiva. Hay árbitros cuyo único objetivo
es no meterse en líos y caminar por la sombra. Hay otros que son el cobrador del
frac. Y los que están en el medio, generalmente, no son árbitros.
Ese gol, de haber sido, nos hubiera presentado un partido muy diferente, otra
vida, ya saben que la existencia se nos despelucha y nosotros nos deslizamos por
un hilo. Lo que vino después fue vaivén, el Madrid volcado y el Depor
respondiendo, aunque sin muchas ganas de ser valiente, invitado a atacar, más
que por la ambición, por los inmensos claros que se abrían en el centro del
campo cuando alguien robaba un balón.
Jugar sin centrocampistas es como comer con los dedos, se puede hacer y alimenta
igual, pero es complicado en determinadas situaciones de sopa, espagueti y
derivados. Y ayer también lo fue. Imagino que el Madrid se expresaba así por el
estado de entusiasmo que le provocó la victoria en Champions. Eso le hizo correr
mucho, pero también ahorrarse un paso, el de la reflexión. Con todo, si alguien
dominaba y hacía por ganar, era el equipo local. Y esas buenas intenciones eran
agradecidas por el público.
En ese panorama, Owen pasaba totalmente inadvertido, lo que es en partes iguales
culpa suya (quizá falta de adaptación o de confianza) y culpa del equipo, que
apenas utiliza el recurso del pase en profundidad, motivo por el que Ronaldo
también se extravía entre nubes de defensas.
Sin ese tipo de circulaciones entre líneas los ataques del Madrid se convierten
en coreografías totalmente previsibles que, a falta de un Zidane inspirado,
siempre arrancan en Figo, que se mueve como la dama en el tablero de ajedrez, es
decir, por donde le viene en gana. Pero esos cambios de posición no sirven para
añadir una sorpresa sino para cambiar de sitio el abrelatas, porque el Madrid,
se ponga como se ponga, sólo juega con un extremo que encima tiene tendencia a
dejar de serlo.
Además, y pese a lo que dijera Camacho (o por ello), se confirma que Owen no es
un delantero centro, sino un segundo punta, un futbolista que mejora en el paso
atrás y que pegado a los centrales es como un koala. A pesar de su simbólica
actuación (un remate al limbo), el público del Bernabéu, que a veces es como una
suegra gigante que busca novio a su hija, despidió al muchacho con una contenida
ovación cuando fue sustituido por Morientes.
Cuando ya se habían cumplido los 45 minutos de la primera parte, Luque culminó
un contragolpe y adelantó a su equipo con un balón picadito que burló a Casillas.
En su sprint, el delantero deportivista sacó varios metros de ventaja a Salgado,
que fue incapaz de agarrarle y pareció un abuelo corriendo contra su nieto.
Luque, que pierde la mitad de su peligro escorado a la izquierda, es un
grandísimo jugador que da la impresión de sentirse frustrado por no haber sido
traspasado al Barcelona, que ahora mismo es como el barco de Vacaciones en el
Mar, todos felices, el capitán, Isaac y Gofer. Pandiani, con quien Luque suele
pelearse, apenas inquietó a los centrales madridistas, lo que no impidó que se
llevara algún recuerdo de Samuel.
Al igual que Casillas, el argentino se ha afeitado los parietales, lo que en su
caso le da un aspecto aún más temible de lo normal. Teniendo en cuenta que es un
defensa que deja olor a azufre allá por donde pasa sería mejor que dulcificara
su imagen, que se peinara con raya y así, porque el resultado de parecer un
descargador de muelles provoca que le piten las faltas que hace y las que aún no
ha hecho. En cualquier caso, se sigue esperando de él algo más que rudeza, qué
sé yo, un corte por velocidad (limpio, a ser posible) o una elegante salida con
el balón controlado y el atacante intacto.
La arenga de Irureta en el descanso debió ser una homilia sobre la importancia
de conservar la virtud y vencer las tentaciones de la carne. Por eso, el equipo
saltó al césped dispuesto a encerrarse en su campo y dejar pasar los minutos.
Para lograrlo, que lo lograron, fueron necesarios dos centrales tan imponentes
como César y Andrade, uno más duro y el otro más rápido. Ellos se bastaron para
despejar cualquier peligro, generado de forma muy rudimentaria, por cierto, con
balones bombeados a la cabeza de Morientes.
Allí, en el área pequeña, es donde se concentraron los méritos del Deportivo, a
los que contribuyó Molina con una gran parada en los últimos instantes. El resto
del equipo fue un acompañamiento más bien disciplinado, sin noticias del talento
de Valerón o Sergio, aunque este último rozó el gol al final.
El Madrid se pone y se quita la crisis como en aquellos juegos infantiles que
consisten en tocar la espalda de otro y gritar tú la llevas, esa sarna de ida y
vuelta que ayer se sacudió momentáneamente el Deportivo. Mucho me temo que en
juegos así, como el rescate y el escondite inglés, consumirán la Liga estos dos
equipos.
Menos goles a favor que nunca
El Real Madrid volvió a exhibir anoche una alarmante sequía goleadora, que le
está pasando una factura muy cara en lo que va de Liga. De hecho, éste es el
peor arranque goleador en toda la historia del conjunto blanco, que en seis
jornadas del campeonato únicamente ha sido capaz de marcar cuatro goles.
Mal
Salgado
Quedó en evidencia en la acción que acabó en el gol de Luque. Pudo hacerle
falta al arrancar la jugada pero no se decidió y el deportivista terminó
marcando.
Mediocre
Owen
Tuvo la oportunidad que pedía en el once titular y jugó un partido
intranscendente. Para colmo, en la única ocasión que dispuso mandó el balón
fuera.
Muy mal
Teixeira
Se comió dos penaltis en el área del Depor, estorbó en varias jugadas por
mala colocación y se hizo el loco cuando los lesionados querían
volver al campo
Regular
Zidane
Lo intenta mientras tiene fuerzas pero cuando le falla el físico desaparece.
El Madrid fue otro cuando el francés intervino en la construcción del juego de
ataque. |