Por fin volvió a disfrutar el Madrid. Con
el mejor Zidane en la primera parte; con el mejor Ronaldo en la segunda;
con todos entregados a una idea común, a un juego solidario, activo e
inspirado. Sin sustos para Casillas, con dieciocho remates en la otra
portería, de los que un tercio fueron gol. El Madrid se ha puesto a
punto para el Camp Nou, enterrando por fin la mufa que arrastraba desde
aquel triplete volatilizado y aquellas cinco derrotas seguidas, y que se
ahondó con la malaventura de Camacho. Otra vez es el equipo deslumbrante,
de jugadores únicos, nacidos para el gol. Pero con más orden que nunca.
En torno a Guti y al deseo común de ser un equipo.
Y Beckham ha vuelto. Y ha vuelto a tiempo. Le da actividad al medio
campo y hace mejor pareja con Guti que Zidane, cuyo retraso hasta el
medio campo era llevar las cosas al límite. Con esa alineación casi
suicida García Remón puso a los jugadores tan al borde del abismo que
les comprometió en el sacrifico, en la atención y en la defensa. Nunca
hasta ahora Casillas había vivido tan tranquilo. Y, tras lo de
Zidane-Guti, la pareja Beckham-Guti parece ahora homologada como línea
media prudente y compensada. Y lo es, y lo seguirá siendo mientras Guti
se mantenga en esa espléndida lucidez, ausente de despistes y de
caprichos.
Es de nuevo el dibujo sin dibujo de Del Bosque, con Zidane echado a la
izquierda. Los jugadores reencuentran sus zonas de seguridad y vuelven a
disfrutar. El único sospechoso que queda es Samuel, cuya patada al aire
en el gol del Albacete no se compensa con un gol tan fácil como el que
marcó. Y no está para pasarle cuentas a nadie. Está para pedir perdón
por su dimensión como fiasco. Por sus ausencias por menisco o por
tarjetas, y por sus presencias, que crean más problemas aún. Es la mosca
en la sopa en este equipo renacido en el que Ronaldo ha vuelto a
impresionar de verdad. El Camp Nou espera. Volverá a ver al mejor
Ronaldo. |