En trece minutos, el Deportivo liquidó el
partido, dos goles. Para conseguirlo le bastó organizar algo de bulla,
tampoco mucha, justo la que se espera de un anfitrión con el estadio
lleno y el orgullo herido. Pero el Madrid vive cualquier altercado en su
área con el mismo pánico de quien intentara sofocar una revolución
francesa en el cuarto de estar. Y no es sólo un problema de la defensa (que
también, sobre todo), es una cuestión de actitud general, de empaque, de
saber protegerse. Y el Madrid no sabe, hace años ya. Es un gran pegador
con la guardia baja, un boxeador maduro que ya acusa demasiado los
golpes. Y esa condición no la ha resuelto Samuel, que es un soldado (aguerrido,
eso sí), pero no un general, ni siquiera un capitán.
Sin embargo, no es sólo eso; hay más, y peor. El Madrid actual tampoco
es dueño de su destino. No es que no gane cuando se lo propone, es que
en esas situaciones ni siquiera roza la victoria y hasta puede salir
goleado. Por eso no importa que el Barcelona empate en Soria, porque no
afecta ese hecho al juego del equipo, incapaz de sentirse afectado por
lo exterior, e incluyo en ese espacio al rival de turno, a sus
estrategias, a su presión, a su modo furioso de salir del vestuario, no
importa. Por eso el Madrid, cuando perdía 2-0, no pudo cambiar el ritmo
al partido o al menos darle uno, porque nadie encontró la inspiración de
nadie, porque no hubo un viento favorable y sin suerte el equipo se
queda en nada.
Nada de lo dicho resta mérito al triunfo del Deportivo, en absoluto. Su
acelerón inicial fue formidable, apabullante, y sirvió para mostrar todo
lo que tienen sus jugadores, aunque ya no les dure en exceso. A los 30
segundos Samuel ya había sacado un balón venenoso en el área peque
inmediatamente después fue Gravesen quien salvó los muebles. El Depor
volcado y ni un solo piloto rojo encendido en el Madrid porque el Madrid
no tiene pilotos rojos.
A los ocho minutos, Luque cabeceó a la red un magnífico pase de Sergio
desde la derecha, Raúl Bravo llegó tarde y Casillas se quedó a media
salida. El delantero le dedicó el tanto a su abuela, fallecida esta
misma semana. A los trece, un centro de Víctor sin mucha esperanza fue
peinado por Pavón a gol, Iker otra vez en ninguna parte. Pavón no se lo
dedicó a nadie, si acaso a los que le han enseñado que da igual hacerlo
bien o mal: la próxima parada es banquillo.
Si algo bueno podía extraer el Madrid de esa debacle inicial es que le
quedaba casi un encuentro entero para dar la vuelta al marcador y ya
sabemos que el primer gol de una remontada lleva atado el segundo con
una cuerda invisible, quizá el tercero. La esperanza blanca estaba a
tiro. Pero nadie tiró.
El Deportivo se replegó con orden y concierto y se colocó en situación
de contraataque inminente, agazapado en la mitad de su campo. Hasta ese
terreno se presentó el Madrid con cierta facilidad. Pero de ahí no pasó.
Ni juego por banda ni juego interior. Ni pase en largo ni entre líneas.
Ni un solo desmarque para sorprender a la defensa. Mover el balón no era
otra cosa que hacer circular el marrón, que invente otro.
En esa situación, únicamente Figo era capaz de romper la monotonía, ya
fuera con un regate o al menos con una intención. Un chutazo suyo que
despejó Munúa con acierto fue de lo único que se le recuerda al Madrid.
Y no es que estuviera especialmente bien Figo, más bien al contrario,
pero es el único valiente cuando no los hay. Al poco tiempo se retiró
Zidane, cuyas lesiones ya son achaques. Solari entró en su lugar, pero
como si no.
El Deportivo vivió sin apuros, sin prisas. Incluso se permitió recordar
gestos de gran equipo y con ese donaire planeó algunas contras. Víctor,
un ex madridista, fue de los mejores. Tristán, genio a ratos (cada vez
más largos), estuvo a punto de batir a Casillas con un tiro raso, pero
Iker despejó. Luque, imperial cada vez que controla un balón, dejó claro
que sus problemas son anímicos.
A los 28 minutos, Portillo se abrió un hueco para chutar a portería, con
la única intención de demostrar que estaba allí y que la vida es injusta,
porque en el desierto en el que él se movía no había cosa más redonda
que la cabeza de Andrade. Y la de Owen. Imposible rematarlas, aunque le
dieron ganas, seguro. Dominaba el Madrid, pero no le servía para crear
ni un gramo de peligro.
Así transcurrió la segunda parte. Un poco más triste, porque el
Deportivo se limitó a ventilarse el trámite y el Madrid acabó desangrado,
Raúl Bravo KO, Beckham renqueante y la entrada de Celades por Portillo
como un símbolo de la falta de solución para las mil cosas que no
funcionan.
Oigo ahora que si el Deportivo jugara así todos los partidos estaría
luchando por el título. Qué gracia. Me viene a la mente lo que decía (más
o menos) Woody Allen en Sueños de un seductor: "Mi mujer me dejó porque
ya no la hacía reír como al principio de nuestra relación. Pero es que
si yo hubiera seguido comportándome como al principio me hubiera dado un
ataque al corazón". Ese es el efecto que tiene el paso del tiempo.
También el Madrid sabe de eso. Y es muy probable que a estas alturas
también se haya dado cuenta Luxemburgo. El Madrid debe jugar con tres
centrales y quitar a un jugador de arriba. Es el simple gesto de
levantar los brazos para protegerse.
Portillo, sin suerte
Portigol apenas recibió balones y zanjó su partido con un tiro lejano y
mal control ante Munúa.
El crack - Luque
Puso al Deportivo en la senda de la victoria al marcar el primer gol del
encuentro y luego dio muchos problemas a la zaga blanca con su velocidad.
¡Vaya día! - Zidane
No fue el mismo que el día de la Juventus, apenas entró en juego y para
colmo de males se lesionó en el minuto 25 y tuvo que dejar su puesto a
Solari.
El dandy - Sergio
Un centro suyo dio paso al gol de Luque pero además de la asistencia
sostuvo al Deportivo en el medio del campo y no dejó jugar a Gravesen y
Figo.
El duro - Samuel
En el minuto 86 se ganó la amarilla por darle una patada a Valerón. No
se entiende esta acción cuando el partido ya estaba totalmente decidido. |