No se le cae de la boca, porque nace en su
corazón y le va creciendo hasta llegar a su cara. Ronaldo ríe incluso
cuando habla muy en serio. Aún no sabe si será niña o niño lo que
Daniela lleva dentro, cuando deje de ser futbolista no querrá más, y en
el cuerpo a cuerpo estira el cuello cuando podría dar magistratura con
la teoría de la avestruz. Esa sonrisa horizontal que regala casi siempre,
gratifica en la misma enorme medida que asusta la vertical de Figo. El
portugués, tanto en las horas delicadas como en las que vive ahora, como
en las gloriosas que tantas veces ha degustado, presenta un perfil duro,
hostil y defensivo. La mente de Ronaldo parece navegar por aguas que
nunca llegarán a desbordarse, mientras que Figo discurre en gestos
amargos. Ronaldo espera y Luis desconfía. Entiendo el malestar del
centrocampista portugués cuando no juega, pero su desafecto es histórico.
Parece como si todos tuviéramos una deuda pendiente con él. Mi impresión,
que puede ser errónea, es que después de su brillantísimo paso por el
Barcelona, sólo se volvió a ver a un Figo parecido en la Eurocopa de
Portugal el año pasado. En el Madrid nunca dio esa medida por mucho que
nadie pueda negarle una categoría ganada a pulso y mezclada con un
carácter distante, frío y seco.
Ronaldo y Figo, dos personalidades opuestas, dos maneras de entender la
vida. Un niño siempre preferirá la sonrisa confortable del brasileño,
aunque esté seco de goles, que el gesto adusto y sieso del portugués
aunque viva días floridos. Ronaldo falla y preocupa. Figo falla y cabrea.
Pero tiene razón el luso cuando pide respeto, diálogo y claridad. Y
aunque todos lo entienden, terminan recordando que lo único importante
es el equipo. |