Dicen que la primavera
la sangre altera. Y que llueve poco y nunca a gusto de todos. Ronaldo
siempre ha sido un decidido y fervoroso defensor de hacer el amor, pero
no la guerra. Un enamorado del jamón serrano y la sangre de gol que
corre por sus venas. Pero de pronto nos ha nacido, aunque quizá ya
viviera y no lo supiéramos, un nuevo Ronie. Un Ronie poco proclive a la
sonrisa, serio, concentrado, acusador y sin perder ese tono suyo de bajo,
con pocas inflexiones. Lógico hasta la médula para calificar la
temporada que entiende de desastre en su primera parte y que luego
mejoró muchísimo, por lo que la mezcla al final le resulta... rara. Pero
la cima llega cuando se considera víctima de los árbitros. Cuando afirma,
entre mastín y perro de arriero, que los colegiados han influido en la
solución final. Y habla de él, de sus goles non natos, de estadísticas
comparativas con el Barcelona. Y en su capacidad innata para encontrar
el equilibrio, cierra reconociendo que la culpa es de ellos que no han
sabido hacerlo mejor. Enarca las cejas, mira de frente, esboza una mueca
irónica y recuerda que él no pinta nada en los fichajes, como todos
hemos visto.
Once minutos de respuestas lentas, con la meditación justa, haciendo
valer sin estruendo su categoría acreditada en una carrera cuajada de
éxitos y títulos. Pero guerrero. Un guerrero que ha perdido su penúltimo
amor en primavera y que es todo un experto en recuperar emociones
fuertes. Lo que dijo Etoo le parece una tontería innecesaria, pero le
justifica por su falta de costumbre de celebrar títulos. Rosa y espada.
Cante y toque. A 180 minutos del final del curso, con las vacaciones
llamando a la puerta y el saco de los goles aún abierto, el rey sienta
sus reales, marca los terrenos y no hace ningún gesto que desmienta sus
palabras. Ronaldo es el guerrero. |