No se jugaba por títulos
ni por primas, sino por la satisfacción de ganar al vecino. Poco a poco,
grupos de curiosos se colocaban alrededor del campo y tomaban partido
por unos o por otros, por los de blanco o por los de rayas. Y se
alegraban o se entristecían. Y fueron siendo cada vez más, y hubo que
poner vallas para que se apoyaran, luego gradas, luego más gradas,
anfiteatros y voladizos, mientras las competiciones se sofisticaban y
proporcionaban a los jugadores grandes títulos y mayores ingresos. Pero
lo esencial sigue ahí: esa rivalidad, ese imperativo histórico de ser
mejor que el vecino. |