Acostumbrado a vivir con el debate
permanente y la necesidad de goles, Ronaldo hace tiempo que optó por
bromear, sobre todo cuando le preguntan por las intermitentes sequías de
goles. Esta vez, si alguien le ha cuestionado por qué no había anotado
en los cuatro primeros amistosos de la pretemporada, se ha pasado.
Porque las exigencias de ser el mejor nueve del mundo no deberían llegar
a esos extremos. Al menos, nadie se fija en su barriga. Y si alguno tuvo
la tentación, el segundo gol de ayer disipa dudas. El carrerón habitual,
la estampida de costumbre que aterroriza al rival, ocurrió en el minuto
90, con el tiempo ya cumplido, y anotó con la misma firmeza, por donde
no suele fallar, entre las piernas del portero. Vamos, que estamos ante
el Ronaldo de siempre, el que se desinhibe muchos minutos pero el que
marca las diferencias en un segundo.
Yo, sinceramente, le veo más motivado que nunca hasta la fecha, picado
por los dos años perdidos, los últimos, en lo que a títulos conquistados
se refiere. Optó por el Real Madrid en su día para divertirse pero
también para ganar copas y, por ahora, una Liga no sacia el hambre que
tiene. Tan lanzado está el brasileño que promete trabajar a lo bestia en
Austria (sería recomendable que si cumple su palabra alguien le frene un
poco) antes de realizar una nueva apuesta, como cada temporada. Y es lo
que tiene, que lanza el reto de que meterá 30 goles pero jamás baja de
los 20. Entre bromas y veras, Ronaldo sabe que su destino es ese:
acertar con la portería contraria. Lo único que cambia con el paso de
los años es que acorta esas explosiones y, por tanto, debe afinar más
cuando encara la portería rival porque se notan más sus deliberadas
ausencias. |