El Real Madrid solventó el derby con más
comodidad de la prevista, con una superioridad prácticamente insultante
ante un Atlético que compareció sin hambre y que se vio descolocado con
la expulsión de Antonio López. Dos goles de Ronaldo abonaron el camino
de la victoria blanca y desnudaron a un Atlético que tendrá que hacer
otro examen de conciencia ante lo intrascendente de su juego.
Se presentaba el primer derby madrileño de esta temporada como el más
igualado de los últimos años y se reveló desde el principio como el más
cómodo para el Real Madrid de los últimos tiempos. Cierto que el penalti
y la expulsión de Antonio López condicionaron el encuentro, pero no es
más real que el Atlético nunca dio sensación de peligro. El cuadro de
Bianchi compareció timorato, con el ancla echado y con una estructura
muy larga, deshilachado y dando espacios y tiempo a un Madrid que se vio
entonces en la gloria.
Mucho más cuando a los cinco minutos Antonio López echó mano a Raúl y
cometió el penalti que le costó la roja directa. No falló Ronaldo en la
pena máxima y la desventaja alteró definitivamente los pulsos de un
Atlético asustado. El tanto fue para los rojiblancos como la bofetada
que te dan cuando está sonriendo. Su juego se convirtió en la nada, con
Torres desquiciado, Kezman desparecido y Petrov condenado a cubrir toda
la banda izquierda con un sobreesfuerzo del que ya nunca se repuso.
Fue ahí cuando emergió la figura de Pablo García, que se sintió como en
casa. Al uruguayo le ha costado algo de tiempo, pero ha terminado de
coger el hilo del equipo, del juego y de las necesidades de Luxemburgo.
Pablo quitó con sobriedad, distribuyó con presteza y recuperó para el
Madrid la deseada figura del medio centro, soñada desde que Fernando
Redondo se fuera a Italia para no volver.
El Festival de Guti
Con el mando del uruguayo, que se comió el solito a Zahínos y Luccin –presuntos
creadores rojiblancos-, y con el Atlético entero en otro sitio, el
partido podría haberse acabado en el mismo momento del 0-1. O en el
descanso directamente. A ese punto llegó el equipo de Bianchi sin haber
tirado a puerta y, sobre todo, sin mostrar un mínimo atisbo de redención,
de coraje, de vergüenza torera para al menos intentar sacar adelante el
choque.
Por si algo faltaba a los rojiblancos, con media hora por delante
compareció Guti en el césped para iniciar su festival particular. Había
llegado ya a tocar Casillas el balón, pero la actuación del canterazo
terminó de hundir a los rojiblancos. Un pase interior y preciso puso el
balón a Ronaldo al borde del área para que el brasileño terminara de
rematar al rival. Era la puntilla, ya que el último tanto de Perea
apenas trascendió en un duelo demasiado desigual, en una victoria más
que plácida para un Madrid que se acuesta líder. |