Vanderlei Luxemburgo, un brasileño, frente
a Frank Rijkaard, un holandés. La samba contra el fútbol total, el
cubismo en forma de cuadrado mágico del primero contra el rondo y los
extremos del segundo. ¿Quién saldrá fortalecido del duelo de los
banquillos?
Real Madrid y Barcelona juegan esta noche el último partido del siglo,
antes de la vuelta en el Camp Nou que sucederá a este en una cadena tan
vieja como el balompié y que no tiene fin. Son los dos mejores clubes de
España y el dominio de los blancos en Europa es como una mosca tras la
oreja perenne en el alma de los azulgrana.
Sobre el terreno de juego, dos estilos de dos técnicos diferentes.
Luxemburgo, avalado por los títulos compilados en el enrevesado fútbol
brasileño de clubes, sí ese de los mil partidos al año, defiende una
concepción de juego donde no le da tanta importancia a las bandas.
Prefiere pasillos de seguridad en forma de parejas hasta la defensa de
cuatro y la fiabilidad de Casillas. A resultas de esto, el Madrid no
enamora por su juego pero gana a quien sea en efectividad, en pegada, en
competitividad. Es su fenomenal recurso para acabar con dos años de
sequía de títulos. Veremos.
El Barcelona se mueve distinto en el campo. Siempre quiere tener la
pelota (ya lo dijo el simplista Trapattoni, “si tú la tienes, no la
tiene el otro”) y se basa en el rondo, el estilo ‘cruyffiano’ de hacer
pasar el balón de lado a lado hasta deseperar al rival y encontrar el
pase mortal al desmarcado. Y ahí las diagonales de Etoo o Giuly hacen
daño.
Parcelas
Luxemburgo parcela mentalmente el terreno de juego. Quiere trabajo a
destajo y no sólo magia y talento, que lo tiene a raudales en tipos como
Zidane, Ronaldo o Robinho. La mezcla de ambas, con jugadores vitales
como Pablo García o el renovado estajanovista Beckham, es el triunfo
seguro. Pero no siempre pasa.
Lo del Barça tampoco es un camino de rosas. Se ha dejado muchos puntos
por falta de oficio y otros los ganó por los árbitros, con ayudas que
realmente no necesita con la tralla de plantilla que le ha dado Laporta
(o Rosell) a Rijkaard. Y el holandés, tranquilo, sabe que a base de
menear el esférico y no descentrarse lamentablemente atrás puede bailar
a cualquiera. Aunque ello no implique necesariamente los tres puntos. Sí
el triunfo moral. |