La verdad desnuda. La goleada
del Barcelona en el Bernabéu nos descubre la cruda realidad de un Real
Madrid que se ha descolgado de los mejores equipos del mundo sin que
técnicos y presidente hayan hecho nada por remediarlo, sin que
advirtieran un desplome que se anuncia desde hace mucho tiempo, las dos
temporadas que lleva el club sin ganar títulos, probablemente los dos
años y medio que nos separan del adiós de Vicente del Bosque y que
coinciden con el inicio de una política errática que ha buscado solución
en cuatro entrenadores en los que jamás se tuvo demasiada confianza, e
incluyo a Luxemburgo en la relación.
En todo ese tiempo, el Madrid se especializó en negar la evidencia. El
equipo estaba agotado física y psíquicamente y se necesitaba una
profunda renovación que, sin embargo, se aplazaba cada verano, unas
veces por la falta de criterio de los entrenadores, que no se atrevían a
plantear una revolución o no la consideraban oportuna, y otras por la
falta de decisión del presidente, que quizá se acercó demasiado a los
ídolos y se alejó en exceso de las voces críticas de muchos madridistas,
a los que se consideró renegados por el simple hecho de disentir.
Florentino Pérez, que tuvo el acierto (y el dinero) de fichar a los
mejores futbolistas del mundo en sus primeros años en la presidencia, y
con ello devolvió al club al primer plano mundial, se equivocó
gravemente cuando tocó contratar a aquellos grandes jugadores que no
resultaban tan obvios, tal vez por no ser todavía "galácticos".
Prescindió de asesores o no se dejó aconsejar por ellos y así,
sucesivamente, dejó escapar (además de a jóvenes promesas como Reyes o
Xabi Alonso) a los que hoy son algunas de las grandes sensaciones del
fútbol internacional, como Ronaldinho, Kaká o Etoo, este caso muchísimo
más sangrante que los otros, porque, después de criarse en el club, su
marcha no sólo privó al Madrid de uno de los mejores delanteros del
mundo, sino que culminó el proyecto de su principal enemigo deportivo.
Otra maldición. El efecto Figo, cuyo fichaje reforzó al Madrid en
la misma medida que hundió al Barça cuatro largos años, se repite ahora
en sentido inverso, con la notable diferencia de que el portugués cambió
de aires con 27 años y Etoo lo ha hecho con 23. Eso hace difícil
establecer la duración de esta condena.
Si hago historia es porque creo que la historia explica mejor lo
ocurrido ayer en el Bernabéu, su verdadera dimensión y su comienzo. Lo
que quiero decir es que la goleada del Barcelona no se resolvió sólo en
90 minutos, sino que venía fraguándose desde hace años, aunque quienes
se resistían a aceptarlo se aferraban siempre a la última victoria,
especialmente si era contra el Barcelona, pienso en ese 4-2 del pasado
abril que maquilló una mala temporada y recuerdo que de triunfos así
vivía el Barça en sus peores momentos.
La primera novedad del encuentro la ofreció el Barcelona y me atrevería
a decir que fue al mismo tiempo una sorpresa y un golpe al enemigo:
jugaría Messi, de 18 años, en detrimento de Giuly. El gesto era atrevido
por la edad del muchacho y por su falta de antecedentes en choques de
tanta envergadura. El atrevimiento era casi un desafío si se piensa que
la Liga de Fútbol Profesional ha solicitado la suspensión de la ficha
del jugador por fraude de ley en su inscripción como juvenil cuando
disfruta de un contrato profesional.
El caso es que el chico no defraudó ni un ápice y alimentó su fama de
genio precoz. Mientras Robinho era víctima, al menos al principio, de
esa extraña timidez que le invade, el argentino, desde el inicio,
convertía cada balón en un puñal. Ni se achicó ante Roberto Carlos (32
años), ni se entretuvo en florituras ni rindió pleitesía a sus ilustres
compañeros. Todos sus movimientos eran asombrosamente verticales,
directos, ofensivos.
Si Rijkaard añadió una sorpresa, Luxemburgo no aportó más que una
alineación "políticamente correcta" que incluía a todos los galácticos.
Y como ha ocurrido tantas veces, esa concentración de atacantes
descompensó al equipo y abandonó a Beckham y Pablo García en el medio
campo. Pero en esta ocasión no se registró siquiera la efervescencia de
la que ha hecho gala el Madrid en situaciones parecidas, cuando el
talento y el aliento de la grada han compensado su esquema inestable,
así sucedió la temporada pasada, cuando los blancos vencieron por 4-2.
Sin embargo, en esta ocasión las cosas fueron bien distintas. Y no sólo
por las recientes lesiones, que no deberían ser la justificación oficial
en un equipo que tendría que disponer de una plantilla de 22 fantásticos
jugadores. El problema es más profundo y se resume en que algunos de los
cracks están en clara decadencia y el caso más flagrante es el de Zidane,
que jugó 90 penosos minutos sin que el entrenador considerase oportuna
su sustitución, tal vez por no señalarle o quizá por no señalarse él
mismo.
En esa situación, el Barcelona se fue apoderando del encuentro desde el
primer minuto y acabó de hacerlo suyo en un contragolpe que fue
respuesta a uno de los acercamientos locales más peligrosos. La jugada
comenzó con un pase diagonal de Beckham a Robinho que Gio interceptó con
la uña sin cortar del dedo gordo de un pie. Ese robo propició una contra
que dirigió Messi con su velocidad de relámpago. En su camino hacia el
área, Helguera, su último obstáculo, fue burlado con un amago en plena
carrera. Y una vez en la frontal, Messi no tuvo que seguir pensando
porque Etoo le pidió prestado el balón: oteó el horizonte en décimas de
segundo y se revolvió como una pantera hacia Casillas, punterazo y gol,
un disparo demasiado rápido como para que Iker pudiera adivinarlo.
Complejo. Después del tanto, el Madrid se sintió profundamente
inferior y se le notó muchísimo. No había plan, pero tampoco había fe,
ni rabia suficiente, ni fuerza, ni calidad bastante, quién se lo iba a
decir a un equipo tan grande.
Lo que siguió fue una sucesión de oportunidades del Barça que salvó
prodigiosamente Casillas, unas veces a los pies de Ronaldinho y otras a
los de Messi. A esas alturas de viaje, las virguerías del próximo Balón
de Oro (sombreros, controles, pases) ya resultaban excepcionales.
El Madrid debió felicitarse de llegar al descanso sólo un gol por debajo,
todavía le quedaba esperanza, aunque era únicamente esperanza matemática,
no real. Se comprobó en la reanudación. Entonces el dominio azulgrana se
hizo todavía más aplastante, casi insultante, los madridistas corriendo
detrás de la pelota, eso en el mejor de los casos.
Cuando el balón circulaba por la banda, el árbitro no se percató de una
zancadilla infantil de Roberto Carlos a Etoo junto al punto de penalti.
Era la imagen de la impotencia. Al poco, Ronaldinho sentenció con una
incursión maravillosa que inició casi desde el centro del campo. Por el
camino, desvirgó a Sergio Ramos. Él mismo repetiría en otra acción muy
similar que volvió a tener como víctima al joven defensa. A Ramos le
quedará el consuelo de que fue burlado por el mejor futbolista del mundo,
así se lo reconoció el público con sus aplausos. Los aspavientos de
Casillas en los dos goles dan prueba de la escisión que vive el Madrid y
de los diferentes niveles de compromiso que hay en el equipo.
Pudieron caer más goles y se pudo haber repetido aquel infame 0-5, pero
el Barcelona dejó de pisar el acelerador y esos últimos minutos los
aprovechó Robinho para mejorar su juego. Es significativo que se
destapara cuando Raúl ya no estaba sobre el campo.
La actuación del Madrid se resume con un dato: el primer disparo entre
los palos no se registró hasta el minuto 76 y lo hizo Michel Salgado. No
hubo más. La renovación es inaplazable. Sólo falta por definir su
extensión. |