Fue hace dos años y pocos días,
y fue en Montjuïc. Y ante el Zaragoza. Hasta esa noche, el Madrid se sentía
invencible, y prueba de ello fue que se presentó a una final de Copa sólo unas
pocas horas antes del partido. El Zaragoza llevaba varios días, concienciándose,
trabajando todas las posibilidades. El Madrid, no. El Madrid se presentó como el
que acude a cobrar lotería. Pero perdió. Y le ocurrió lo que a esos boxeadores
que se sienten invencibles (y lo son) hasta que un día una contra les sorprende
y les sienta en el suelo. Y aprenden a caer, dicen los clásicos en esos casos. Y
en lo sucesivo resulta increíblemente fácil derribarles de nuevo.
El Madrid aprendió a caer y no se le ha olvidado. Aquella conciencia de
invencibilidad galáctica se esfumó una noche en Montjuïc y desde entonces este
equipo se siente cómodo visitando la lona. En Liga, en Champions, en Copa. El
Zaragoza, que le tiró con aquella diestra asesina (el zambombazo cruzado de
Galletti) le recordó no hace mucho lo que es y sigue siendo: una sombra insegura,
un equipo capaz de llevarse seis goles. El Madrid vuelve hoy a La Romareda y sin
duda Casillas recordará aquella noche, aún próxima en la que vio cuero por todas
partes, como contó Ezzard Charles tras su doloroso encuentro con Kid Tunero.
El Zaragoza espera feliz, con el recuerdo de los cuatro goles de Milito, con la
perspectiva de su próxima final de Copa, con la sensación de la tarea bien hecha,
con la ilusión de otra noche grande. El Madrid, por contra, es un grupo
pesimista y desunido, que anoche sin duda sufrió envidia viendo la felicidad del
Camp Nou, donde todo son goles y festejos. Aquel equipo de Florentino murió de
exceso de confianza en Montjuïc, hace dos años, y ahora rueda y rueda entre la
nostalgia de lo que fue y la desesperación de lo que ya no será. Fernando Martín
tendrá que cambiar este equipo. Desde que aprendió a caer, no volvió a ser el
mismo. |