Un mal recuerdo.
Durante la primera parte, cuando el Barça
jugaba bien, algunos de mis compañeros ante el televisor -el novelista
Julio Llamazares, el poeta Ángel González- me recordaban el partido del
estadio Da Luz, cuando un equipo inspiradísimo perdió una docena de
oportunidades que hubieran sido el premio de un juego precioso. El
síndrome del estadio Da Luz fue sustituido pronto por un Barça ramplón,
torpísimo; no funcionó Iniesta, que estuvo como si le hubieran cegado, y
ese centro del campo que a veces parece de oro era de gris plata falsa;
de vez en cuando Deco sacó las fuerzas del genio elegante que lleva
dentro, pero el equipo se desdibujó a medida que el Real Madrid se hizo
más mediocre. El aburrimiento llegó a tal extremo que la animación del
partido se centró sobre todo en esa estupidez con la que a veces se
obsequia a sí mismo Roberto Carlos. El resto fue esperanza y silencio, y
susto. El que dio Ronaldo.
La gesta del lateral.
No es la primera vez que Roberto Carlos obsequia con gestos así al
graderío y a los espectadores de la televisión. Los que cuestionan la
validez del penalti tendrían que fijarse en las repeticiones de ese
lance en el que lateral del Real Madrid arremete contra Van Bommel: en
el gesto está la intención del penalti; hilar demasiado fino lleva a
conclusiones polémicas, dignas todas ellas, pero demasiado
condescendientes con este jugador que jamás se enfrenta a los contrarios
-ni a la realidad- con la nobleza con la que un veterano como él debería
afrontar el fútbol. Su expulsión la ganó a pulso, como si hubiera
trabajado por ella. Muestra una insolidaridad tan grave con su propio
club que parece que juega para el enemigo, y es un ejemplo perverso para
el juego del fútbol, al que ha añadido las artes del tramposo. Si no fue
penalti, hecho por él lo parecía.
Límites del malabarismo.
En el descanso del partido pusieron algunas imágenes de los malabarismos
de Ronaldinho. Anoche hizo algunos, en el partido real, pero ni su juego
brilló con la alegría de siempre ni estuvo la delantera del Barça en sus
mejores momentos; Etoo fue tan desdibujado que reprodujo esquemas del
fracaso. Y cuando parecía que iba a triunfar, delante no sólo tuvo a uno
de los grandes porteros de Europa, sino que disfrutó de esa nebulosa
desanimada con la que tacha sus propias oportunidades.
Acertó Zapatero.
Un barcelonista de pro, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero,
anunció que iba a ver el partido. Luego debió haber celebrado su
ausencia, porque ver jugar al Barça de anoche hubiera sido como ver un
espejo roto del mejor equipo de España. Los que estuvimos en casa,
sufriendo el carácter grisáceo de su juego, esperamos que la luz vuelva
el próximo miércoles contra el Benfica, en la Champions League Falta
hace. |