Aunque se preveían movimientos de peñas y
socios en el Santiago Bernabéu, por aquello de las elecciones o los
disgustos de las últimas fechas, el encuentro se arrancó tranquilo en
las gradas (ni pancartas ni silbidos) y abierto en el campo, con el
Málaga pidiendo el balón (de nada le valía plantear el partido de otra
forma) y el Real Madrid, a la contra; el mundo al revés.
El Madrid, sin Zidane, que no pudo recuperarse a tiempo de la lesión en
el tobillo, con Cicinho en lugar de Salgado y Cassano en punta con Raúl,
no parecía a disgusto con el planteamiento que ofrecía su rival, es más,
lograba, al jugar con muchos espacios, llegar con claridad y cierta
comodidad a la portería del bueno de Arnau, que demostró su clase nada
más empezar con paradas a Robinho, Roberto Carlos y Baptista.
Llegaba el Madrid con facilidad, creaba ocasiones, el Málaga también,
pero quién no apostaría por los delanteros blancos, parecía cuestión de
tiempo. De hecho, a Raúl le anularon un gol que debía haber contado como
bueno y Cassano se mostraba muy activo. Robinho y Baptista, además,
estaban acompañando con buenos movimientos en ataque. Aunque no brillaba
el Madrid en el juego colectivo, el peso de la calidad podía inclinar la
balanza en cualquier momento.
Pero al Málaga, que jugaba sin complejos y con mucha ilusión, le llegó
la oportunidad de la tarde, y no la desaprovechó. Cicinho, que en
defensa se descuida más de lo debido, le dejó el carril despejado a
Antonio López, que centró al área pequeña provocando un rebote sin dueño
que Bóvio, llegando desde atrás, remachó a gol. El Bernabéu reaccionó
como si nada. Mala señal.
Dio un pasito atrás el Málaga tras el gol, merecía la pena guardar la
ropa, y llegó el aluvión de los blancos, que se encontraron con Arnau,
soberbio, y con los postes; Robinho mandó un espectacular remate al
larguero tras un saque de falta de David Beckham. Por si fuera poco,
Cassano falló dos ocasiones a portería vacía, y Raúl, siempre intenso y
esforzado, se encontraba con Arnau siempre que soltaba la zurda.
Zidane, de penalti, salvó un punto que sirve de bien poco
Se marcharon a descansar los madridistas muy alicaídos, faltos de
confianza, conscientes de su falta de puntería e inquietos por el
malestar general, que ya había algún sector del público que protestaba
tímidamente. Y regresaron con una indecisión defensiva que pudo haber
dejado el partido listo para echar el cierre.
Cassano parecía un reflejo de los problemas del Madrid. Sumó el italiano
dos fallos más a puerta vacía, cuatro en el total del partido, y el
respetable le premió con una buena pitada, parecida a la que dedicó a
López Caro cuando el lebrijano realizó los primeros cambios; Soldado y
Zidane, aún renqueante, por Baptista y Cassano.
El Málaga tomaba muchas precauciones, pero tuvo alguna ocasión, sobre
todo una en la que Antonio López se quedó sólo frente a Casillas, pero
era el Real Madrid el equipo que más apretaba, con Robinho, con Raúl y
con Soldado. El empate tenía que llegar, rondaba ya demasiado la
delantera del Madrid el gol, con ocasiones de todos los colores, y llegó
en una jugada en la que Litos cometió penalti sobre Raúl. Zidane, no
falló desde el fatídico redondel.
Robinho puso a prueba a Arnau en un par de jugadas individuales, siempre
lo intenta sólo este chico, quizá excesivamente, y Soldado mandó a la
Castellana un remate desde la raya del área pequeña. No había manera de
marcar, el Madrid sumaba quince ocasiones de gol por cinco de su rival y,
aún así, el empate parecía no tener alternativa. O sí, porque si no
llega a ser por Casillas, otra vez Casillas, Edgar le hubiera dado un
gran disgusto al madridismo con una derrota sonrojante.
Al final, en el último suspiro, Sergio Ramos, de cabeza, salvó los
muebles y consiguió mantener vivo el sueño de conseguir la segunda plaza.
Victoria sufrida, muy trabajada y merecida. Respira el Madrid. |