Es el triunfo del fútbol ahorro, del fútbol
tacita a tacita, ese que se iguala con otros estilos más espléndidos y
esplendorosos gracias al recorte de cupones. Cada uno se hace rico como
quiere. O como puede. Y estás en tu derecho de criticarlo o de buscar
arte en el contenedor (trash art), que algo de valor debe haber
escondido cuando el Real Madrid ya es segundo en la Liga, a un solo
punto del flamante Barcelona, que será flameante y flambeado como pierda
ante el Werder Bremen mañana. Cosas. Caminos.
Decíamos ayer y lo que decíamos ayer también sirve para hoy: las teorías
sobre la efectividad le deben un capítulo a Capello. Promete y cumple.
El único problema es la transición entre ambos puntos. Suponiendo, claro,
que eso sea un verdadero problema y no un extravío romántico, el nuestro,
que ya hasta dudo. Nos empeñamos en extraer una enseñanza moral a la
victoria, pero tal vez este sendero no se pueda recorrer haciendo
tirabuzones. Y quizá esto explique otras penurias personales y
nacionales.
El hecho es que el Madrid sumó su cuarta victoria consecutiva en el
campeonato y está en disposición de disputar el título, lo que a estas
alturas debe aterrar a sus adversarios pues al no conocerse la razón del
éxito es casi imposible combatirla. Sí, hay ciertas dosis de ingenio
celestial, disciplina y un inagotable espíritu de sacrificio. Vale.
Ataje usted ese fuego.
El triunfo ante el Athletic volvió a repetir recientes paseos por el
abismo. El Madrid jugó otra vez mal, sólo iluminado, durante bastantes
minutos, por los fogonazos de Robinho, que está en plena convulsión
juvenil. Igual le salen chispas que ceniza. Es como si en su interior
luchara por brotar un futbolista sublime, con la enorme dificultad que
tienen estos partos. Por momentos, estamos convencidos de su excelencia.
Lo estuvimos, por ejemplo, cuando ayer inventó un pase de cuchara para
salvar el acoso de dos defensas, parábola mágica que aterrizó convertida
en asistencia a Salgado, que luego se estrelló con Lafuente. Gestos así
le engrandecen. Dudamos, en cambio, cuando se pierde en el último regate,
cuando peca de frívolo en los instantes que hay que ser un chacal.
Entonces nos viene a la mente Denilson, recordarán qué pena.
Aunque en el primer cuarto de hora el Madrid ya había disfrutado de dos
buenas ocasiones (la mejor, un chutazo a media vuelta de Raúl, torero),
el Athletic saltó al césped con empaque y buenas maneras, confirmando
que lo suyo no es un problema de pies, que tiene fútbol para no sufrir
tanto.
Como siempre que se manifiesta, Yeste era el referente del equipo, con
esa hermosa suficiencia de los diamantes en rama. Suyo fue el primer
aviso rojiblanco: su tiro de falta silbó junto a la escuadra protegida
por la barrera.
No era mucho, pero resultaba suficiente para equilibrar el partido.
Porque al Madrid todos le tocan la cara, eso también hay que admitirlo,
además de la brillante estadística. El doble pivote es una extravagancia
desde el momento en que ni quita ni da. Emerson, perfecto en los papeles
que interpretaba Peter Lorre en los años 40, se llevó en esta ocasión la
peor parte. Como hay dos iguales, siempre paga uno. A Diarra al menos le
quedó el orgullo de salir vendado, lo que siempre ofrece una historia
que contar.
Ilegal. No es que el gol del Athletic no hiciera justicia, es que ya no
creemos en ella. Como no hay reglas, nada sorprende demasiado ni nada
asusta mucho. La falta parecía muy alejada. Y como la hicieron indirecta
lo pareció más. El caso es que Prieto disparó sin importarle la
distancia, muy duro. El balón era bueno, pero noble. Hasta que lo
envenenó el pecho de Gabilondo, que estaba en claro fuera de juego.
Casillas, que volaba para interceptarlo, no pudo rectificar. Iker
protestó tanto que ni hizo falta ver la repetición. El árbitro huyó.
En la segunda mitad a Capello le dio uno de esos arrebatos flamencos que
nos regala de vez en cuando, por eso es hijo adoptivo. Ronaldo y Beckham
por Reyes y Emerson. Ronie en sus prados y el inglés en el medio, donde
hasta con armadura sería más imaginativo que la otra mitad del pivote.
El Madrid cambió, naturalmente. Creció y se estiró. Y eso coincidió con
el endurecimiento del juego, lo que embarró el partido sin que hubiera
llovido apenas. Van Nistelrooy tuvo el gol en sus botas, pero Lafuente
rechazó con reflejos. Luego el árbitro anuló justamente un gol al
holandés por fuera de juego previo. Eran advertencias, mucho más que
rumores.
El primer síntoma de derrumbe visitante llegó cuando Orbaiz cayó
lesionado. Otra rodilla. Una de las que sostienen al Athletic. Pese a
todo, al equipo de Mané todavía le cruzó un tren por delante, el
penúltimo. La jugada la inició Yeste, pasó por Aduriz y acabó en
Gabilondo, que remató con muchas ventajas y se tropezó con el
desbordante talento de Casillas, el mejor portero del mundo en los
tiroteos a quemarropa.
Muy poco después empató el Madrid. Fue un premio a la actividad de
Ronaldo, tan comprometido como ansioso. Ramos le buscó con un pase
fabuloso desde campo propio y Ronie controló con maestría, porque habla
ese idioma, lástima que pocos lo practiquen. El gol se le da por
supuesto. Cuando asisto a su facilidad para desentrañar los misterios
del fútbol, pienso que estamos en la obligación de disfrutar de este
futbolista hasta la última gota, aunque para ello sea necesario
comprarle fresas con nata a medianoche.
El Athletic siguió siendo valiente, tal vez demasiado. Aduriz fue
expulsado y Mané cambió a Yeste por Urzaiz, por lo que el equipo quedó
abocado a la épica sin fútbol, asunto muy poco recomendable. Roberto
Carlos le puso la moraleja a ese cuento. Tuvo espacio para armar el
cañón y derribó el castillo con una bala que pasó entre piernas y
tréboles.
Todo parecía hecho para el Madrid, pero aún le faltaba un milagro a
Casillas: pierna salvadora a tiro a bocajarro de Iraola. En el último
barullo, se reclamó penalti de Van Nistelrooy, que golpeó con el brazo
al protegerse la cara.
Trenes vacíos. El Real Madrid es un experto en finales felices, felices
para él. Exactamente, como decíamos ayer.
El detalle: debut de Urkijo en el Bernabéu
Ana Urkijo hizo su debut en el Bernabéu como presidenta del Athletic y
acompañó a Ramón Calderón en el palco. Ni ella ni Mané se estrenaron con
fortuna. |