Desde que fue nombrado seleccionador, a Dunga le persigue y le acosa el
acorazado perfil que tuvo como futbolista. Tercera pata del trivote (Mauro
Silva, Mazinho y él mismo) con el que Carlos Alberto Parreira recuperó
para Brasil el cetro mundial en 1994, Dunga era un volante de
destrucción representante de la recia escuela del sur de Brasil. Nacido
en Río Grande do Sul (1963), allí la mayoría de la población es de
descendencia europea, mayoritariamente alemana, y el molde de sus
futbolistas, salvo excepciones como la de Ronaldinho, tiene que ver más
con el destajo teutón que con las filigranas que se estilan en las
playas de Río.
Muchas voces en Brasil criticaron la designación de Dunga por ser amigo
del presidente de la CBF, Ricardo Teixeira, porque no tenía ninguna
experiencia como entrenador y, sobre todo, porque sospechaban de que
fuera un fiel representante del jogo bonito. Las sospechas se
confirmaron en sus primeras alineaciones, en las que mostró su tendencia
a aniquilar dieces:si jugaba Kaká, no lo hacía Ronaldinho. Esa misma
tendencia la ha llevado a cabo en esta Copa. Empezó ante México con
Diego, al que señaló como uno de los culpables de la derrota dejándole
en el banquillo ante Chile. Su lugar lo ocupó el novato Anderson, pero
también fue defenestrado en la charla del entretiempo; su lugar lo ocupó
Baptista.
El madridista también fue titular ante Ecuador porque Dunga prefirió
derribar la potencia física ecuatoriana con el músculo y su llegada
antes que con el talento. |